Imagina que estás en la década de los 70´s, esa época de los hippies, de la libertad, de la búsqueda del crecimiento espiritual para unos mientras que para otros fue una década de pérdida de valores y desenfreno sexual. Bueno, pues en esa época se escribió y estrenó la obra de teatro LAS MARIPOSAS SON LIBRES (también hay una película), obra que nos cuenta la historia de Don, un chico ciego que se quiere independizar de su madre, su enamoramiento de una chica hippie y la oposición de su madre a esta relación.
Las mariposas son libres es un texto de Leonard Gershe (Junio 10, 1922 – Marzo 9, 2002), la historia se desarrolla en un pequeño departamento en Nueva York, el departamento de Don un chico de veinte años, ciego, que tiene un mes viviendo solo a pesar de que su madre se opone a ello. Dan conoce a Jill, una chica hippie de veintiun años que vive en el departamento de al lado, y se enamora de ella por su caracter relajado y desenfadado.
La mamá de Don no está de acuerdo con esa relación ni con que su hijo viva solo, Jill se enamora y desenamora fácilmente, o al menos eso quiere que crean, y le rompe el corazón a Don al avisarle que se irá a vivir con Ralph, un director de teatro de Brodway; Don no lo soporta y quiere regresar a la casa de su mamá, sin embargo su madre se ha dado cuenta que debe soltar al hijo y dejarlo que haga su vida. Aunque no lo creas todo esto sucede en un día.
¿Quieres leer un poquito de esta obra?
Espero que hayas disfrutado esta historia tanto como yo disfruté al escribirla, no puedo agradecerte lo suficiente tu apoyo. Ser un escritor sin lectores no tiene sentido.
ACTO PRIMERO
Una mañana soleada de junio. El sol entra a raudales por la ventana. Antes de levantarse el telón oímos un rock cantado por DON y grabado en la cinta magnetofónica.
(Al levantarse el telón, DON, sentado en el suelo, apoyado en la pared, escucha. En la mano, un vaso de Coca-Cola. Tiene veinte años, atractivo, peinado para atrás y descalzo. Para el magnetófono. Va a la nevera, se echa un cubito de hielo en el vaso. Otro en la boca. Va al teléfono, que sigue sonando)
DON.- ¿Qué hay, mamá? Bien, bien. ¿Y tú?… ¡Uf! Mucho calor. ¿Y en Scardsale? Sí, aquí también lo hace. ¿El departamento? Estupendo. Sí, sí. Sí, me gusta mucho. ¿Anoche? No, no hice nada de particular. No, no salí. Vinieron unos amigos. ¡Bah! Una fiestita… ¿qué? No sé. No los conté. ¿Exactamente? Pues…, doce y medio, ¿contenta? No. Se fueron pronto. ¿Cuándo?… No. Hoy no. Me parece perfecto que vengas a hacer unas compras. Pero no se te ocurra venir aquí. Quedamos en dos meses. (Se oye un programa hablado de TV) ¿Qué? No. No he puesto la radio. Es en el departamento de al lado. No lo sé… Una chica, creo. Vive ahí desde hace dos o tres días. No sé cómo se llama. Ni me la he tropezado en la escalera. Es su radio… Se lo diré. No, mamá, no. Tú no tienes por qué decirle nada. Anda, tú a los almacenes y a casa. Pero no se te ocurra venir, te conozco. Se te oye muy mal. ¡Que se te oye muy mal! Hasta mañana. Adiós, adiós, mamá. (DON cuelga. Va a la puerta que comunica con el otra apartamento) ¡Eeeee! ¿Quiere usted hacer el favor? (Golpea. Gritando) ¿Quiere hacer el favor de bajar la radio? (Silencio al otro lado)
Voz de JILL TANNER.- ¿Qué dice? ¡No le oigo!
DON.- Que baje la radio. No que la quite. Basta con que la ponga más bajito.
Voz de JILL.- No es la radio. Es la televisión.
DON.- Lo que sea. Estas paredes son de papel.
Voz de JILL.- Sí, pero de papel higiénico. ¿Qué tal una taza de café?
DON.- Gracias. Acabo de tomarlo.
Voz de JILL.- Pero yo no.
DON.- Bueno. Si quiere una taza de café… pase. Pase (DON va a la cocina. La enciende. Llaman a la puerta en el momento en que DON está sacando del armario una taza y un plato) Está abierto.
(Entra JILL TANNER, veinte años, aspecto aniñado, ingenuo, pelo largo que le cae por los hombros, la cremallera del traje en la espalda, a medio subir)
JILL.- ¿Qué tal? Me llamo Jill Tanner.
DON.- (Se vuelve hacia ella con la mano extendida) Y yo, Don Baker. (Apretón de manos)
JILL.- Pensará que soy una fresca invitándome así… ¡paf!, (Se vuelve de espaldas) ¿Me la sube? Yo no alcanzo. (Hay una ligera torpeza en los movimientos de Don al subirle la cremallera) ¡Uf! Su cuarto de estar es mucho más grande que el mío. ¿Desde cuándo vive aquí?
DON.- Hace un mes. Pero esto no es sólo el cuarto de estar, es todo el departamento. La única diferencia con el suyo es que mi baño es más grande.
JILL.- Yo, con la cocina, tengo tres habitaciones. Me mudé hace dos días. No he firmado contrato. ¡Bah! ¿Para qué? Lo he alquilado sólo por un mes. ¡Madre mía! ¡Qué ordenado es usted! ¡Cada cosa en su sitio!
DON.- Es fácil cuando hay poco que ordenar.
JILL.- Yo tampoco tengo muchas cosas, pero las que tengo están jugando a las cuatro esquinas por toda la casa. Soy un desastre. Siempre oí decir que los chicos son más ordenaditos que las chicas. (Mira hacia arriba) ¡Qué bonito! ¿Una claraboya? Yo no tengo. (Va a la cama) ¿Y qué es eso?
DON.- ¿Qué?
JILL.- Esto sobre unas muletas.
DON.- Ah. La cama.
JILL.- (Sube por la escalerilla de mano) ¿La cama? Huy, ¡qué divertido!
DON.- ¿Le gusta?
JILL.- Es la cama más original que he visto en mi vida. ¡y eso que he visto unas cuantas. ¿Y es a usted a quien se le ha ocurrido…?
DON.- No, al que vivió antes aquí. Era un «hippie» y le gustaba dormir en un sitio alto.
JILL.- ¿Y si se cae durmiendo?
DON.- No. (Le echa café en una taza) ¿Con leche, con azúcar?
JILL.- Sin leche y sin azúcar.
DON.- Estuve a punto de quedarme con su departamento, pero me quedé con éste, precisamente por la cama.
JILL.- Yo hubiera hecho lo mismo. (Va al sofá) ¿No le dije que era un desastre? Pues se lo digo ahora. Compro flores y servilletas de papel y eso que se pone debajo de los platos para que no se estropee la mesa, pero siempre se me olvida lo más importante: el café. (Jill se sienta en el sofá a lo moro. Toma la taza y bebe.)
DON.- ¿Está bastante caliente?
JILL.- Está perfecto. Algún día le devolveré el favor. Soy agradecida.
DON.- ¡Qué tontería! No tiene usted por qué.
JILL.- ¿No necesita usted servilletas de papel o un florerito… o… o algo que no sirva para nada?
DON.- (Ríe) No… no.
JILL.- ¿Puedo hacerle una pregunta… personal?
DON.- Sí.
JILL.- ¿Por qué no quiere usted que venga a verle su madre?
DON.- ¿Cómo lo sabe?
JILL.- Por el mismo método que usted oye los programas de mi
televisor. Por debajo de la puerta. Pero no has contestado a mi pregunta. ¿No te importa que te tutee?
DON.- No. Al contrario.
JILL.- Sigues sin contestarme.
DON.- Es que no me das tiempo. Y además, ya no me acuerdo de lo que me has preguntado.
JILL.- Por qué te da tanto terror que venga tu madre.
DON.- Es una historia un poco larga. Bueno, no. Es corta. Lo que pasa es que hace mucho tiempo que empezó. Mamá no quería que me fuera de casa. Ella cree que no podría vivir solo, pero la convencí que me dejara intentarlo por dos meses. El pacto es que no nos veamos en dos meses. Me queda uno.
JILL.- ¿Y por qué le has dicho que anoche tuviste una fiesta? Si no es verdad.
DON.- No se te escapa nada.
JILL.- Nada.
DON.- Le digo que recibo a amigos y que doy fiestas porque no comprendería que este todo el día solo en este apartamento, que ya, sin haberlo visto, le revienta. Si viniera, la estoy oyendo; echaría un vistazo a su alrededor y diría: tengo ganas de llorar.
JILL.- ¿Es muy llorona?
DON.- No ha llorado nunca, pero siempre amenaza con echar unas lagrimitas.
JILL.- Si quieres verla llorar, pero a moco tendido, la mandas a mi departamento. Ahí sí que tendría motivos, la pobre. Ya tienes edad de vivir solo. Yo tengo veinte años. ¿Y tú?
DON.- Según mi madre, once… Camino de los diez.
JILL.- Todas las madres son por el estilo. La mía querría que fuese una niñita toda mi vida, para no envejecer. Lo que más le encanta es que la gente crea que somos hermanas. Si no hay ningún comentario, en ese sentido, el comentario lo hace ella. ¿Trabajas en algo?
DON.- Todavía no. Toco la guitarra, compongo canciones y tengo proyectos.
JILL.- Te oí anoche. ¡Le diste mucho!
DON.- Lo siento, sí.
JILL.- No, no; si me encantó. Al principio creí que era un disco. Luego al repetir y repetir, me di cuenta que eras tú.
DON.- Yo no puedo leer música y tengo que aprender de oído. Debo trabajar mucho todavía. Pero sí, estoy decidido a no volver a Scardsale.
JILL.- ¿Qué es eso?
DON.- ¿No conoces Scardsale? Está a veinte millas de Nueva York.
JILL.- ¡Scardsale! Parece algo para el dolor de cabeza. «Tome una tableta de Scardsale y…» ¿Ha quedado café?
DON.- Muchísimo. (Deja el cigarrillo en el cenicero)
JILL.- Yo me sirvo. No te molestes.
DON.- Llegas tarde. (Jill le alarga la taza. El va a la cocina) ¿Cómo dijiste que te llamabas?
JILL.- Jill Tanner. Para el mundo y los altares soy la señora de Benson. Me casé hace mucho tiempo, cuándo tenía dieciséis años.
DON.- Y ¿tus padres te autorizaron?
JILL.- El permiso lo dio mi madre. Se negaba pero le di una razón de peso, y no tuvo más remedio que aceptar. La dije que estaba embarazada, pero no era cierto. Hubo llantos, tragedia, no por mi posible pancita, sino porque de hermana, pasaba a ser abuela, cosa que no le hizo ni pizca de gracia. Adivino lo que estás pensando.
DON.- ¿En qué? (Don se acerca con la taza y se sienta)
JILL.- Que no parezco una divorciada.
DON.- No. No pensaba eso. Y después de todo ¿qué aspecto tiene una divorciada?
JILL.- Por lo general tiene alrededor de los treinta y cinco, llevan trajes muy ajustados, zapatos de taco muy alto y grandes peinados.
DON.- ¿Cuánto tiempo estuviste casada?
JILL.-¡Uuuuu! Se me hizo tan largo… seis días. (Enciende un cigarrillo) Y la culpa no fue de Jack. Bueno, ni de Jack, ni de nadie. Fue uno de esos absurdos que se cometen a sabiendas de que es un absurdo.
DON.- ¿Cómo era él?
JILL.- ¿Jack? Oh… (Incómoda) Preferiría no hablar de Jack.
DON.- Pues bueno, no hablemos de Jack.
JILL.- Aunque sí; quiero hablar de Jack porque de vez en cuando es saludable hacer lo que no nos gusta. Jack era una ricura, dulce, tierno; como un niñito. Cuando le conocí, bueno, aquello fue el colmo de la felicidad. Todos los días eran para nosotros como una gran feria. Ruidos, luces, cohetes, explosiones, ¡pim!, ¡pum!, ¡pum! Y de ese deslumbramiento, zas, lo único que recuerdo es verme frente a un juez y casándome, así, sin más ni más.
DON.- ¿Cuánto tiempo duraron las relaciones?
JILL.- Dos o tres semanas, pero déjame terminar, ¿por dónde iba? Ah sí, que me encontré casada de la noche a la mañana. No había terminado ni el bachillerato, tenía que dar examen a los dos días de la boda y el lío de mi cabeza era como ya te puedes imaginar. Cuando oí decir al juez algo así como «¿Jack, tomas a Jill como a tu legítima esposa?» y luego: «… hasta que la muerte los separe». Pensé: ¿Pero esto es una boda o un funeral?
DON.- (Estaba encendiendo un cigarrillo) ¡Qué cosas dices!
JILL.- No hay nada más morboso que una boda. Y yo, odio todo lo que sea morbo. Pero allí estaba, en pleno morbo y con Jack Benson sobre mis espaldas, mejor dicho, encima de mí para toda la vida. Me dieron ganas de salir corriendo, gritando a media de la noche.
DON.- ¿Lo hiciste?
JILL.- No porque eran las diez de la mañana. No me quedó otro remedio que desmayarme.
DON.- ¿Y te desmayaste?
JILL.- ¡Claro! Pero como no tengo el don de la oportunidad, me desmayé después de haber dicho: «Sí quiero». (Don echa la ceniza en donde estaba el cenicero que acaba de coger Jill. Le mira extrañada)
DON.- Y puesto que ya estabas casada, ¿por qué no intentaste acomodarte a la vida matrimonial?
JILL.- Si lo intenté. Lo intenté muchísimo, créeme. ¡Seis días intentándolo!, pero nada, aquello no era para mí.
DON.- ¿Estabas enamorada?
JILL.- A mi manera.
DON.- Y cuál es tu manera.
JILL.- No sé… Bueno, yo creo que por estar enamorada de un chico, no tienes que vivir y dormir con él forzosamente el resto de tu vida. Jack me quería y sufrió mucho. Y yo no soporto hacer daño a nadie. Ni que nadie sufra por mi culpa. ¡Ay! Pero ¡qué mal hecho está todo! Porque no me dirás que eso del matrimonio es un buen invento. ¡Una cosa que te somete para toda la vida! Es algo que me pone los pelos de punta. ¿Tú me entiendes?
DON.- Te entiendo, pero no estoy de acuerdo contigo.
JILL.- Entonces no me entiendes. (DON echa otra vez la ceniza de su cigarrillo en la mesa. JILL le mira cada vez más extrañada) ¡Ay! Me estás poniendo nerviosa. Vas a quemar la mesa.
DON.- ¿Has movido el cenicero?
JILL.- (Lo tiene en la mano) ¿No lo ves? ¿Es que eres ciego?
DON.- Sí.
JILL.- Ahora soy yo quien no te entiende.
DON.- He dicho que sí, que soy ciego.
JILL.- ¡Muy bonito! Me acabas de conocer y ya me estás tomando el pelo.
DON.- Soy ciego y siempre lo he sido.
JILL.- Pero ciego de verdad o muy, muy miope…
DON.- Ciego… Y muy de verdad.
(JILL se inclina y pasa una mano cerca de la cara de DON, que ni siquiera se da cuenta)
JILL.- (Admitiéndolo) Vaya, pues sí que… He metido la pata… seguro.
DON.- Ahora no te vayas a preocupar por eso. Yo no lo estoy.
JILL.- ¿Por qué no me lo has dicho?
DON.- Te lo acabo de decir.
JILL.- Cuando entré.
DON.- No me lo preguntaste.
JILL.- ¡Ay, que gracioso! Yo no acostumbro cada vez que voy a la casa de alguien a decir: Me llamo Jill Tanner, ¿es usted ciego?
DON.- Ni yo cada vez que conozco a alguien le digo: Me llamo Don Barker. Soy ciego como un murciélago.
JILL.- Debiste decírmelo. Yo, es lo primero que te hubiera dicho.
DON.- Bueno… Quise comprobar el tiempo que tardabas en darte cuenta. ¿Y ahora que ya lo sabes: vas a salir corriendo, gritando en la noche o prefieres desmayarte?
JILL.- ¿Cómo puedes bromear sobre…?
DON.- Escúchame y muy en serio. Lo único que de verdad me duele es que me tengan pena. Ni la quiero ni la necesito porque soy muy feliz.
JILL.- Te has resignado.
DON.- No es esa la palabra, porque nunca me he desesperado. Nací ciego. Hubiera sido diferente ver y en una época determinada dejar de ver. Para mí la ceguera es normal. A los seis años fue cuando empecé a darme cuenta de que los que me rodeaban no eran como yo. Y a esa edad ya daba lo mismo. Así que tranquilita y contenta, ¿me lo prometes? Y si podemos reírnos y divertirnos, mejor que mejor.
JILL.- ¿Reírnos? ¿De una cosa tan seria?
DON.- No. De esto no puedo reírme. Pero, ¿por qué no lo olvidas ya?
JILL.- Es que no puedo. Nunca había hablado con un ciego, tú eres el primero.
DON.- Pues enhorabuena.
JILL.- Había visto ciegos en la calle… con un perro. ¿Tú no tienes perro?
DON.- Con un perro se llama mucho la atención. Es muy espectacular.
JILL.- Pero, ¿no te resulta difícil desplazarte por Nueva York? Me resulta a mí que puedo…
DON.- Con mi bastón me las arreglo muy bien y además contando los pasos. Sé cuántos hay al supermercado, a la lavandería, a la farmacia.
JILL.- ¿Dónde está la lavandería?
DON.- A cuarenta y cuatro pasos a la derecha saliendo de la puerta principal.
JILL.- Ahora no caigo.
DON.- Yo te llevaré.
JILL.- ¿Y aquí dentro de casa? ¿No temes tropezar con los muebles?
DON.- ¡Huy! Me sé la habitación de memoria. (Se levanta y va rápido a la cómoda, que hay cerca de la puerta de comunicación entre los dos apartamentos) La cómoda. (Va tocando los objetos al mismo tiempo de enumerarlos) Un jarrón y encima unas botellas. (Abre un cajón) Sábanas, ropa blanca… (Cierra el cajón y se mueve por la habitación con plena seguridad) La cama, el cuarto de baño, la librería, mi guitarra, el bastón.
JILL.- ¿De qué son todos esos libros?
DON.- Del sistema Braille. La puerta de la escalera, la grabadora. La cocina… platos, tazas, vasos… (Abre otro armarito) El café, el azúcar, la sal… la pimienta, la salsa de tomate, la mayonesa, etc., etc. (Vuelve al lado de JILL) Y si ahora pones el cenicero donde estaba (Ella obedece) no tendré ningún problema para apagar (lo hace) mi cigarrillo. (Se deja caer en el sofá levantando los brazos) Voilá. Si no mueves ningún objeto puedo desplazarme por la habitación como cualquier persona… normal.
JILL.- Mucho mejor. En el fondo te envidio. Yo me veo negra cada vez que se me pierde algo. El frasco de la salsa de tomate suele estar en el cajón de las medias y las medias, en el horno. Si de verdad quieres saber lo que es el caos, ven a mi habitación y lo verás. (Se corrige) ¡Ay! Perdona.
DON.- (Sonríe) No tengo nada que perdonarte. Tranquila. Que se te meta en la cabeza que soy igual que todo el mundo, con una sola diferencia. ¡Que no puedo ver! Lo que más me cuesta es soportar las reacciones de los demás cuando se enteran de que soy ciego. ¡Si actuasen con naturalidad! Pero no… Unos, quieren parecer a mis ojos más desgraciados que yo… y me dicen que están enfermísimos, solos, tristes… Otros me tratan como si yo viviera en plena tragedia griega. Cosa que no es cierta, te lo aseguro. Por eso te ruego que seas tú misma, que no finjas, ni pena, ni lástima, ni nada, de nada. ¿Conformes?
JILL.- Lo intentaré… Pero como eres el primer ciego que conozco…
DON.- Es que somos un grupo muy pequeño. Como los esquimales. ¿A cuántos esquimales conoces?
JILL.- Nunca pensé que un ciego fuera como tú.
DON.- Todos no son como yo. Cada cual es diferente.
JILL.- ¿Es cierto que los cie… bueno que ustedes tienen un sexto sentido?
DON.- No. Lo que ocurre es que como no tenemos los cinco como todo el mundo, los otros están más desarrollados. La ley de la compensación.
JILL.- Me parece maravilloso que no estés amargado (Se sienta en el sofá estirando las piernas y poniéndolas en los almohadones) Me he movido. Estoy en el sofá.
DON.- Lo sé.
JILL.- ¿Cómo?
DON.- Por el oído. Tu voz viene de un sitio distinto.
JILL.- ¿Y cómo puedes…?
DON.- Es sencillísimo. Cierra los ojos. ¿Sabes dónde estoy ahora?
JILL.- Allí. ¡Sí! ¡Es verdad! ¡Es muy sencillo! Si me pasase lo que a ti, yo sería una persona insoportable. Amargada, resentida…
DON.- ¿Por qué?
JILL.- Porque no tengo tus maravillosas cualidades, hijo. Hay que tener mucha paciencia para…
DON.- Te acostumbrarías. Eres igual que yo.
JILL.- No. Tú eres mucho mejor que yo. Se ve a la legua. Yo no «penetraría alegre en esa hermosa noche». Yo «me rebelaría contra la muerte de la luz y de la claridad».
DON.- Dylan Thomas.
JILL.- ¿Quién?
DON.- Eso es de un poema de Dylan Thomas.
JILL.- Pero ¿crees que puedo decir sin más ni más una frase de Dylan Thomas?
DON.- Lo acabas de hacer.
JILL.- ¡Qué bien!… Pero me parece que te equivocas. Nunca he leído a Dylan Thomas. Yo puedo citar frases de Mark Twain, que es mi escritor favorito. ¿Te digo una?
DON.- Dale.
JILL.- «Yo sólo pido ser libre como las mariposas. La humanidad no podrá negar a Harold Skimpole lo que tan espléndidamente concede a las mariposas: la libertad.» ¿Qué? ¿Te gusta? Yo soy igual que las mariposas.
DON.- Sí. Pero eso no es de Mark Twain.
JILL.- ¿No?
DON.- Es de Dickens.
JILL.- ¿Seguro?
DON.- Segurísimo. Harold Skimpole es un personaje de «Black Home». Una novela de Dickens.
JML.- Qué raro. Pero si jamás he leído nada de Dickens. Siempre me ha sonado a aburrido. ¡Porque eso de que digan que es para niños! Yo sólo he leído a Mark Twain. Y creí que esa frase tan bonita de las mariposas era de él. ¿Has leído algo de Mark Twain? Y dale, ¡otra vez!
DON.- (Ríe) Sí he leído a Mark Twain, y a Dickens. Están publicados en el sistema Braille: Yo leo, no con mis ojos, sino con la yema de los dedos. ¡Si me vieras! Parece que estoy dando un concierto de piano.
JILL.- ¿Y no te gusta que te lean?
DON.- Sí, sobre todo periódicos y revistas.
JILL.- ¿Quieres que yo te lea algo?
DON.- Me encantaría. Pero no te creas en la obligación, ¿eh? ¡Oye! ¿Tienes novelas pornográficas?
JILL.- No.
DON.- ¡Qué pena! Porque eso es lo único que no se publica en el sistema Braille.
JILL.- ¿Qué quieres que te lea?
DON.- Revistas como News Week y Time. Me gusta estar enterado de lo que pasa de la política.
JILL.- A mí, en cambio, me importa un comino lo que pasa en el mundo.
DON.- No digas eso. Estoy seguro que algo te tiene que interesar.
JILL.- Comer.
DON.- ¿Comer?
JILL.- Es en lo único que pienso.
DON.- Pues ya es algo.
JILL.- Tienes que saber sobre las cosas para que las cosas te interesen. Y yo no sé nada de nada.
DON.- No necesitas tener enemigos, te bastas tú solita para destrozarte.
JILL.- No. Conozco mis limitaciones. Eso es todo.
DON.- Entonces ya tienes ganada la mitad de la batalla. Si las conoces, puedes hacer algo para eliminarlas. Yo creo, Jill, que tienes muchos más valores de los que tú misma supones.
JILL.- Sigue, sigue, que me gusta. Nunca me han dicho esas cosas. Bueno, la verdad es que nadie me ha tomado en serio.
Cuéntame ¿que te parece lo que leíste, te gustaría conocer el texto completo? ¿Consideras que la obra puede ser interesante en la actualidad?